Práctico, simple y económico, el cordón es uno de los elementos constituyentes de la mayor parte de los zapatos que se comercializan en el mercado. Sin este accesorio, las botas, sneakers, náuticos y demás calzados carecerían de una sujeción satisfactoria, que es la finalidad única de este producto, aunque estéticamente sean necesarios en determinados diseños de zapatos, que lucirían extraños sin ojales, lengüetas ni cordones.
Se estima que los primeros zapatos de la historia se remontan más de 5.000 años en el tiempo. Fueron hallados en cuevas fronterizas con los países de Irán y Turquía y estaban confeccionadas con el cuero más antiguo que se conoce, por supuesto de factura muy simple y primitiva. Aunque se desconoce la fecha exacta en que los cordones se incorporaron al calzado, hay cierto consenso acerca de que las correas de cuero de las sandalias romanas fueron uno de sus primeros antecedentes.
Además, mucho antes de que Nike y otras marcas desarrollaran calzados ‘inteligentes’ que se adaptan al pie, los coetáneos romanos del macedonio Alejandro Magno conocieron las mencionadas sandalias, consideradas el primer zapato capaz de adecuarse a la forma del pie. Se fabricaron hacia el 450 a.C. con suelas de corcho y correas de cuero a modo de cordones, siendo utilizadas por hombres y mujeres, indistintamente.
Justo es reconocer, no obstante, que los pobladores de la Antigua Mesopotamia se servían de una suerte de cordones para mantener unidas a sus pies unos fragmentos de cuero animal. Este primitivo calzado, se cree, fue uno de los prototipos de la confección de zapatos tal y como los conocemos.
Pese a su origen incierto, los historiadores conservan registros de la persona que patentó en primer lugar los cordones para el calzado: el estadounidense Harvey Kennedy, quien registró a finales del siglo XVIII un diseño de cordones y herretes, con los que amasó 2,5 millones de dólares, fortuna más que respetable para la época.