A veces en la vida te enfrentas a dilemas que sabes que lo pueden cambiar todo. Después de muchos años trabajando en la misma empresa, recibí una oferta para trabajar en otra compañía. Pero no se trataba de una oferta cualquiera: implicaba cambiarse de país. Si en cualquier otra época es un asunto que siempre puede suscitar dudas, lo es más actualmente. Tocaba valorar muy bien qué decisión tomar.
Cada uno tiene sus trucos cuando tiene que tomar una decisión importante: unos hacen ejercicio, otros hablan con otra persona, incluso hay gente que defiende que para tomar la decisión correcta lo más adecuado es no pensar en ello, y la respuesta llega sola. Bueno, pues en mi caso me siento en mi salón, en silencio, con poca luz y me preparo un batido. Y no vale cualquier batido, no: tiene que ser un batido de chocolate casero.
Creo que lo vi en una película hace ya muchos años. Pero en vez de un batido, creo recordar que era un pastel. Una chica joven debía decidirse entre dos chicos. Y como no había manera de llegar a una decisión, se le ocurría encerrarse en casa y preparar un pastel. Pero lo hacía como si fuera la cosa más importante del mundo, como si estuviera preparando un menú en el restaurante más elegante del mundo. Y después de preparar la mesa, sacar un cuchillo y un tenedor, se tomaba el pastel. Y al terminar, le venía la inspiración.
En mi caso, yo ya había sopesado todos los pros y los contras de cambiar de trabajo, pero seguía sin verlo claro. También había dejado de pensar en ello, lo había hablado con gente y había ido al gimnasio a sudar. Pero nada, no se me encendía la luz. Así que preparé mi batido de chocolate y esperé: cerré los ojos y lo vi. Hay veces en la vida que hay que arriesgarse. Y esta clase de oportunidades solo pasan una vez en la vida, aunque suponga un pequeño salto al vacío. Así que ya sabéis, si alguna vez tenéis que tomar una decisión importante: un batido y sabrás qué hacer.