Desde hace varios años solemos comprar las tartas de los cumpleañeros de la casa en una pastelería cercana. Son deliciosas y tienen muchos tipos, pero también son un poco caras. No creo que sea por ahorrar (a lo mejor sí) pero esta vez, para mi cumpleaños, que está al caer, no he querido comprar una tarta. Le dije a mi mujer que me apetecía la tarta de turrón y nata, la única que sabemos hacer, o sabíamos, porque hace años que no la preparamos.
Recuerdo con cariño la primera vez que la hicimos. En realidad, la receta es suya, pero ella me invitó a que la ayudara. Me enseñó como cocinar nata y a usar el turrón sobrante de la Navidad. Con eso, con unas galletas y unas avellanas, ya tenías la mayoría de los ingredientes de la tarta. La primera vez nos salió de rechupete y nos animó a meternos a reposteros, pero creo que fue la suerte del principiante. Para la siguiente tarta probamos con la famosa tarta de la abuela, otro clásico, al menos en nuestra tierra, pero la cosa no salió igual de bien.
Para empezar a mí el chocolate, mi “especialidad”, se me desligó por decirlo de algún modo: no sé exactamente qué pasó, pero hubo que tirar aquel chocolate y volver a hacerlo lo que nos retrasó un montón. Hay que tener en cuenta que la tarta de la abuela requiere hacerlo todo a la vez, por lo que si una parte no sale bien, hay que esperar. Al final logré hacer el chocolate en condiciones pero el flan tampoco quedó muy allá. Un desastre total. Desistimos.
Hicimos un par de veces más la tarta de turrón y nata pero, después, no cansamos un poco y preferimos que la pastelería de la esquina hiciera nuestro trabajo, que lo hace mucho mejor. Pero, como digo, esta vez me apetece volver a ponerme el gorro de cocinero. Si no se nos ha olvidado como cocinar nata (que creo que no) no habrá problemas para mi cumpleaños. Y además, ya tenemos turrón de sobra para pasar toda la Navidad.